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Fotos: Martirene Alcántara (INAH)
México, D.F. 29 de julio de 2010.- Hace mil 600 años, cerca de ocho mil caracoles y semillas dieron forma a un tapete que sirvió como ajuar funerario de un personaje de alto rango de la antigua ciudad maya de Calakmul, Campeche. Tras su hallazgo en 1998 y luego de una ardua labor de restauración y reconstrucción, esta pieza considerada la única recuperada en ofrendas de esta civilización, será exhibida por primera vez al público en el Museo Nacional de Antropología (MNA). Esta singular pieza, cuyos diseños representan el modelo cosmológico de dicha cultura prehispánica, forma parte de la exposición Rostros de la divinidad. Los mosaicos mayas de piedra verde, que se presentará a partir del 12 de agosto, y en la que se mostrarán las ofrendas funerarias de cinco gobernantes mayas.La pequeña alfombra fue colocada entre los años 375 y 450 d.C., al lado izquierdo de un personaje importante de Calakmul, Campeche, que fue sepultado al interior de la Estructura III de esta zona arqueológica. Su hallazgo se registró en 1998 por la arqueóloga Sophia Pincemin, como parte de una rica ofrenda de cerámica y jadeíta.
Entre 2008 y 2009, el tapete funerario —de tan sólo 1 metro de largo por 25 cm de ancho aproximadamente— comenzó a ser rearmado y restaurado por la especialista Sofía Martínez del Campo Lanz, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), a partir de la coloración roja que aún conservaban algunas de las pequeñas piezas, la descripción del orden en que fueron halladas, y varios ensayos de colocación de los caracoles y semillas, se pudo completar el rompecabezas.
"La restauración de este tapete no sólo representa el rescate de una obra maestra del arte maya, sino también del significado cultural y ritual que tuvo para esta civilización hace más de mil 600 años", comentó Sofía Martínez, al explicar que de acuerdo con las imágenes representadas, la pieza tenía como finalidad ayudar al personaje enterrado —posiblemente un dignatario— a trascender de manera espiritual los tres planos del cosmos: celeste, terrenal y subterráneo.
El tapete fue confeccionado con seis mil 630 semillas (de 3 mm de longitud) de la planta silvestre Lithospermum sp, y mil 648 caracoles cortados de cinco especies diferentes: Morum tuberculosum, Oliva reticularis, Oliva sayana, Marginella labiata y Marginella carnea.
De acuerdo con los estudios hechos en los laboratorios del INAH, donde se realizó la identificación de las especies, "las semillas tienen una cubierta dura que protege la materia orgánica en su interior. Los mayas extrajeron con mucho cuidado ese material por medio de calor indirecto, esto se sabe porque las simientes tienen huellas de haber sido expuestas a fuego indirecto, tal vez en un comal. Después las bordaron sobre un lienzo de tela o de piel que con el tiempo se desintegró", explicó la restauradora.
Martínez del Campo indicó que la identificación de los caracoles estuvo a cargo del arqueólogo Adrián Velásquez y la bióloga Belem Zúñiga, ambos adscritos al Proyecto Arqueológico del Templo Mayor, y la bióloga Norma Valentín, investigadora de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico del INAH. Mientras que la identificación de las semillas estuvo a cargo de José Luís Alvarado y María Susana Xehuantzli, investigadores del Laboratorio de Arqueobótanica del Instituto.
La restauradora explicó que una vez que se formuló una propuesta de armado de la pieza, derivada de decenas de esbozos de la forma que pudo haber tenido, se logró determinar el orden en el que las piezas coincidían de manera acertada. Una vez definido el esquema, se elaboró un soporte de lino, que fue reforzado y sobre el cual se bordaron los cerca de ocho mil pendientes.
"Fue una sorpresa al descubrir que este tapete funerario es una representación horizontal del modelo cosmológico, con los tres planos del cosmos", expresó la especialista al abundar que de acuerdo con la disposición de las semillas y los caracoles, los mayas representaron el cielo, la tierra y el inframundo, unidos por un eje central.
La parte celeste está recreada con 13 caracoles Oliva, mientras que la terrenal fue enmarcada en un rectángulo que se ubica en el área central. Dentro de ese cuadrángulo, formado con las pequeñas semillas, se representó una milpa y a los lados de ésta parcelas de cultivo que están delimitadas con tres hileras de caracoles que aún conservan su coloración roja.
"Para los mayas el rojo estaba asociado con el concepto de la sangre y la fertilidad, de tal manera que la colocación de este tipo de caracoles en la parte terrestre simboliza el sacrificio de sangre que se derramaba en los rituales para alimentar a la tierra", indicó la restauradora.
En la parte central del tapete funerario se observa también la representación de dos grupos de caracoles Oliva, que fueron cortados y labrados con la finalidad de dar la apariencia de rostros y cráneos. "En el arte maya los rasgos eran representados con un mismo patrón con el fin de mostrar gestos y expresiones de las deidades y entidades sobrenaturales.
Hay un patrón de cuatro rostros que indicarían la presencia de entidades sobrenaturales conocidas como Pauahtun o Bacabs, vinculadas con el culto al agua, y a modo de columnas que detienen el cosmos.
"El conjunto de rostros y calaveras está enmarcado con caracoles de mayor tamaño que hacen alusión a un río subterráneo. El esquema, en sí mismo, expresa la existencia transitoria ante la muerte del cuerpo y el obligado descenso al inframundo".
Martínez del Campo Lanz abundó que toda la escena del rectángulo está rodeada por otra serie de caracoles que también hace referencia a un río; por la forma en que fueron colocadas las conchas se simula el movimiento del agua de un caudal.
Después de casi dos años de trabajo de restauración e interpretación, el tapete funerario de Calakmul se mostrará al público en la Sala de las Culturas Indígenas del Museo Nacional de Antropología, donde también se montará un fotomural que ayudará a apreciar mejor los detalles, además de cédulas informativas con la interpretación del significado de esta joya prehispánica, concluyó la restauradora del INAH. Boletín del INAH.