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Cuatro estrellas y media
Desde hace décadas la entrega de los Premios Oscar está manejada como un velado discurso político. El gobierno estadounidense utiliza al cine como una herramienta ideológica, que le sirve para unificar criterios internacionales con respecto a su imagen externa. En un país donde la producción de cine es la segunda fuente generadora de riquezas es obvio que se debe tener un control muy férreo sobre los contenidos de sus productos. No sorprende que, según la ideología de cada gobierno, los temas cinematográficos se ciñan al mensaje que pretende transmitirse al mundo entero.
"El discurso del rey", cinta ganadora del Oscar a Mejor Película en 2010, es justamente la proyección de otro discurso: el de Barack Obama. La película, protagonizada por los extraordinarios Colin Firth y Geoffrey Rush, nos narra el proceso por el cual Jorge VI (Colin Firth) hizo frente a su tartamudez y pudo dar su primer mensaje público a través de la radio. Una historia de superación personal hecha a la medida del Oscar.
Tras la muerte del rey Jorge V, el príncipe Eduardo VIII sube al trono de Inglaterra, pero su relación sentimental con una americana divorciada supone un escándalo que lo hace dimitir al cargo. Su hermano Jorge VI —padre de la reina Isabel— lo sucede, pero tiene que vencer su tartamudez si desea ser un verdadero monarca. El profesor Lionel Logue (Geoffrey Rush) es contratado por la esposa del rey (Helena Bonham Carter) para encontrar un método curativo. Logue se dará cuenta que los problemas del habla que afectan a Jorge VI tienen raíces en una infancia llena de presiones y responsabilidades.
Realizada por Tom Hooper —especializado en dirigir series para la televisión británica— "El discurso del rey" tiene la ventaja de contar con un buen guión. Escrito por David Seidler —un experimentado libretista de TV que no había sido tomado en cuenta—, el argumento presenta unos personajes elaborados a conciencia, complejos, que llevan una historia en sus espaldas y que puede verse en cada acción y cada diálogo.
Pero la labor de Seidler no hubiese sido tan efectiva sin esos monstruosos actores que encabezan el filme. Colin Firth enfrentando a un Jorge VI lleno de miedos, obligaciones y dudas. Geoffrey Rush como el sobrio profesor Logue, con la dualidad de tener el coraje para encarar al rey pero temblar cuando se trata de lidiar con su esposa. Por otra parte Helena Bonham Carter se repliega ante el duelo masculino, pero logra que sus apariciones queden impregnadas de aristocrática solemnidad.
A nivel formal Tom Hooper se sirve de objetivos gran angular —lentes que amplían enormemente el campo de visión de la cámara. Su finalidad es darle al espectador la sensación de que los personajes están atrapados dentro de esos enormes espacios, literalmente como si fueran peces dentro de lujosas peceras. Incluso los encuadres procuran situar a los actores en los límites de la pantalla acentuando la percepción del espacio.
"El discurso del rey" se enfoca más en cumplir los cánones de superación personal que en profundizar ese tema que aborda de manera liviana: la artificialidad de las monarquías. Durante algunos minutos, Jorge VI es planteado como alguien obligado a actuar, a participar en una farsa montada para entretener y motivar al pueblo. No es fortuito que Lionel Logue (Rush) sea un actor frustrado que juega a representar obras con sus hijos. Pero la estructura narrativa es una receta de Oscar y en el trasfondo del relato subyacen, con posibilidades de análisis, sus mejores premisas.
La cinta sigue la estrategia de humanizar a personalidades de la realeza para mostrarle al pueblo que los ricos también lloran y que las penas con caviar son menos. Yes, we can como diría Obama. Aunque Jorge VI no tiene que vencer el racismo, si padece la discriminación de ser un rey que titubea al hablar.
Hagamos changuitos para que en nuestro país se proyecte la película
sin censura, pues en la versión norteamericana eliminaron una escena
donde el rey pronuncia unas "malas palabras". Es una pena que este
tipo de mojigaterías sigan ocurriendo en pleno siglo XXI. Créanme que
esas "escandalosas" frases tienen todo un sentido y no están puestas a
capricho. Ya saldremos de dudas cuando se estrene.
Lo mejor: sus personajes profundos, las actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush y las tomas con gran angular.
Lo peor: pudo desarrollar mejores vertientes en lugar de complacer a la Academia.