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Francamente el actual gobierno del estado no tiene parangón; jamás recuerdo régimen semejante, que basara todo su quehacer en la cuestión mediática y para el que la obra pública fuera virtualmente inexistente, máxime cuando fue el viejo cacique quien acuñó la frase: haz obras y mejoras… Así pues, en los tiempos que corren, en Yucatán no parece haber autoridades: no solamente porque la inseguridad se enseñorea en las ciudades y las calles, contra lo que afirme la actual administración, sino porque languidece todo género de actividad productiva: no se impulsa el turismo, no se apoya la industria, no se fomenta la ganadería, no se incrementa la infraestructura carretera y de comunicaciones, en fin, el estado se encuentra en condiciones catatónicas.Florecen, eso sí, los medios serviles al poder, los proyectos de toda índole sin importar su viabilidad, las empresas que implican un maridaje entre conspicuos protagonistas, la represión, el mal gusto, la soberbia, el despotismo…
Las cosas se inauguran y anuncian repetidamente, la entidad está pletórica de primeras piedras que nunca verán llegar la última y que proclaman la ineficiencia en la actuación de un mandato que presume mucho, pero casi nada logra. Ejemplo de lo anterior son los museos ya amplísimamente cacareados, el famoso tren bala o rápido (a medida que transcurre el tiempo, pierde velocidad), los prometidísimos hospitales y así ad infinitum.
La impartición de justicia se mira fuertemente cuestionada de nueva cuenta, a partir de otro caso que conmociona a la sociedad y en el que vuelve a quedar en entredicho el desempeño de las autoridades, los abusos de las fuerzas teóricamente encargadas de mantener el orden se multiplican, ocurren decesos de detenidos en condiciones sobradamente sospechosas, en fin el desorden campea por sus respetos…
La educación decae a niveles ínfimos, el deporte se sumerge en una profunda debacle, la opacidad engalana asuntos que debían ser completamente transparentes, los funcionarios y las autoridades se coluden, impera un clima de teatralidad con notorias tendencias al sainete.
Peor aún, la ciudadanía se encuentra en un marasmo: no opina, no participa, no propone, no disiente. El miedo se puede cortar con un cuchillo. Y como colofón de todo, para que el desenlace previsto revista ribetes tragicómicos, nos enteramos que ciertos grupúsculos empecinados en retirar del inicio del Paseo de Montejo, la estatua del fundador de la ciudad, han planteado sustituirla por una efigie de Víctor Cervera Pacheco, pensando seguramente en aprovechar los basamentos existentes. ¡Vivir para ver!
Honestamente el compendio enlistado es para morirse. Sin lugar a dudas estamos atravesando por una etapa de surrealismo político. Díganme por favor que se trata nada más de una pesadilla y por amor de Dios, ¡que alguien haga el favor de despertarme!
Dios, Patria y Libertad