2002 palabras
Cada día es más repugnante leer las notas de los diarios, revistas, periódicos, Internet y demás, narrando la forma despiadada y maliciosa en que los renglones torcidos de las ciudades mexicanas están acabando con la vida.
Alguien podría tener la amabilidad de explicarles que lo que están haciendo no puede sino llegar a un punto en que ya no habrá gente en el país produciendo normalmente. Todos se van a ir yendo y no habrá ejército que los combata porque no habrá quien pague el costo del ejército. Entonces, como cualquier virus asesino de un ser humano, los renglones torcidos de las sociedades habrán hecho su labor final: habrán terminado con el país.
Hoy todo apunta a que en esa dirección está yendo el país. Ellos no paran de masacrar. Todos los días disparan desde autos, llegan en trocas y se bajan con metralletas, pistolas, granadas. Y aún viendo lo que está sucediendo, hay gente que se atreve a decir que eso está sucediendo porque el ejército “está en las calles”. ¿Quién más está en México capacitado para atacar a estos grupos criminales que no se detienen con nada?
Estos grupos criminales existen porque durante muchos años, varias décadas, se condenó cualquier intervención fuerte del ejército por los sucesos de Tlatelolco en 1968. El ataque a los grupos de estudiantes que buscaban derrocar al gobierno autoritario y anti democrático del priismo clásico, para instalar otro gobierno anti democrático y autoritario que buscaría la “dictadura del proletariado” convirtió el uso de la fuerza del Estado en México en algo “prohibido”, algo fuera de cualquier posibilidad de uso. Y quien usara esas fuerzas, sería considerado como un maloso, como una persona indeseable en la historia.
En alguna forma se le ha tenido en México al delincuente como una persona que recurre a la delincuencia porque no ha encontrado otras formas de solucionar su manera de existir. En el sentir oficial, lo dijo el político López Obrador en alguna ocasión, al ridiculizar la marcha que pedía seguridad en el D.F. En esa ocasión, López declaró que combatir a la delincuencia no era lo correcto, sino generar más trabajos para que no tenga que recurrir a la delincuencia.
Nadie más equivocado que López, pero, al mismo tiempo, nadie más congruente con la tradición a partir del 68, y quizás desde antes. El concepto de “la impunidad” es algo que revolotea en todos los ámbitos. En general, la gente se queja de la “impunidad” que hay en México. O sea que hay una percepción generalizada de que los actos criminales no se están castigando con el peso de la ley, y, de hecho, la ley no tenía un peso muy fuerte, pues es durante los últimos años que muchos cambios han sido hechos en la legislación punitiva, subiendo el número de años de prisión para delitos que antes eran castigados con unos cuantos años.
En pocas palabras, la tradición, la cultura mexicana, incluyó siempre una dosis de “perdón” que progresivamente se fue convirtiendo en un incentivo para que hoy suceda lo que está sucediendo. Ya sabemos que no se trata únicamente de la “delincuencia organizada” por el narcotráfico. Hoy estamos viendo que los grupos fuertemente armados ya se ocupan de múltiples “negocios” ilícitos, que van del secuestro exprés, la extorsión, el engaño desde la misma prisión, los fraudes en cualquier forma que se les ocurra.
He conocido gente que en su momento fue engañada por personas que fueron, finalmente, a la cárcel. Y he conocido otras personas que fueron a suplicarles a los afectados por los robos, que, por favor, retirararan sus demandas para que los “pobres” delincuentes pudieran recobrar su libertad. Y han habido muchos tipos de respuesta a estas peticiones. Me imagino que todo es que alguien queda tachado de “castigador”, de punitivo, de persona que no tolerará la violación a la ley en su contra, entonces está en peligro de que el infractor de la ley, cuando pueda, encontrará la forma de vengarse.
En muchos ministerios públicos de México existe la costumbre, por parte de las personas que reciben las denuncias, de preguntarles a los quejosos si realmente desean poner la queja en contra de los delincuentes para que se ejerza investigación. Es una pregunta que puede parecer muy “normal”: ¿de verdad desea que se investigue o sólo coloca la demanda para efectos del seguro? Esta pregunta debería estar fuera de cualquier ocurrencia, sobre todo viniendo de las personas encargadas de tomar las acusaciones en contra de delincuentes. Muchas, pero muchas personas, deciden no poner queja alguna ante esa pregunta. La razón es muy sencilla: nadie quiere ser, además, víctima de la venganza de los delincuentes que han ya pasado un castigo en prisión que jamás es lo suficientemente largo.
La proliferación de la delincuencia estos días es el resultado de una actitud que descartó lo punitivo porque lo consideró una actitud de “intolerancia”. Si tú eres víctima de un robo, asalto o secuestro ¡no seas malito, por favor, perdónalos, pobres, lo hicieron porque no tenían otra forma de qué vivir! Por rara que parezca, ésa es la consigna, el consejo a quien es víctima de algún delito.
Y es que en México ha proliferado la costumbre de que todos esos que son visibles públicamente —los políticos— son, potencialmente, también delincuentes o rateros. Es costumbre popular considerar a cualquier político un ladrón tradicional del gobierno mexicano. Hoy existen miles de mecanismos dentro de la administración pública para evitar que se pueda continuar considerando a todo político mexicano como un ladrón. Esos que caen en manos de la ley lo primero que tienen en mente es la idea de que ellos sólo están siendo procesados y serán castigados porque no tienen los recursos para salvarse del castigo legal. Pero que, los políticos, ésos sí que pueden salirse con la suya, robando millones.
Esa actitud ha promovido la “cultura de la impunidad”, ese sentimiento generalizado de que todos pueden delinquir en México y que, a final de cuentas, el delito que se haya cometido podrá ser “arreglado”. Esta pieza cultural fue promovida seguramente dentro de los hogares de los que hoy toman las armas y salen a las calles a matar a los que no se han doblegado a sus peticiones.
La corrupción generalizada es algo que se ve todos los días en la vida cotidiana mexicana. Es una situación que se da por sentada, un anti valor entendido. Ha habido un esfuerzo por cambiar la aceptación de la impunidad como algo “normal”. El político populista López Obrador pudo haber sido el causante de un grave retroceso en la actitud del mexicano. Considerar al presidente constitucional de México “un usurpador”, es decirles a los delincuentes que quien los combatirá, a fin de cuentas, es “ilegítimo”. Mostrar los espectáculos que los perredistas, para apoyar a su líder del momento, perpetraron en el congreso —incluyendo las tomas de tribuna y la violencia con que impidieron la entrada de Calderón— son momentos en la historia de México que promovieron fuertemente la impunidad generalizada. Luego leer la actitud del priismo que sólo busca un objetivo: que México no progrese si no son ellos los que “parezca” que lo están haciendo posible, ¿qué mensaje les puede estar generando a las huestes delictivas?
México se ha convertido en un relajo político y este relajo ha sido el típico “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Los pescadores de oportunidades, los delincuentes organizados, continuarán delinquiendo porque alguien los está defendiendo, alguien está todos los días diciendo que no se les combata, que se regrese el ejército a los cuarteles, que se tomen las cosas “con calma”. ¿Por qué la sociedad mexicana no dio un apoyo masivo al presidente de México cuando éste emprendió la lucha contra la delincuencia organizada? ¿Por qué se levantaron de inmediato voces que les llevarían a los delincuentes el mensaje de siempre, de impunidad?
Este análisis no termina aquí. El odio político que se le tiene a Calderón es sólo el resultado de esa tradición mexicana que desprecia la aplicación concreta, directa, sin negociación, de la ley. Este odio se combina con la agenda de la “oposición” que sólo busca la manera de hacer que parezca que las cosas buenas en México sólo pueden suceder cuando ellos están en el poder, cosa que, la historia niega rotundamente, estado por estado, ciudad por ciudad. López Obrador, con el mismo criterio del programa “Sube, Pelayo, Sube” —que tienes que ganar algo si concursas— al perder por unos cuantos votos, se convirtió en un enemigo de todo lo que el país había progresado en respeto a las instituciones de la vigilancia democrática. No pudo entender que había perdido, por muy poco, sí, pero había perdido. Y actuó durante varias semanas como un verdadero delincuente organizado, invadiendo el Paseo de la Reforma y propagando falsedades a lo ancho y largo del país. Esa actuación le restó credibilidad a Calderón, quien, según la Constitución de México, fue el elegido y a quien le correspondía la responsabilidad del Ejecutivo Federal.
La oposición PRI no desperdició oportunidad alguna: hoy recuerda cada vez que puede que Calderón sólo pudo tomar posesión porque ellos “cooperaron”. ¡Esto es para violentar a cualquiera! ¿Cómo se atreven a expresar que le hicieron “el favor” a Calderón? Lo dicen abiertamente, cada vez que pueden. No, no es así: estuvieron en desacato los que intentaron impedir la toma de posesión de Calderón, porque el mandato constitucional había sido claramente sentenciado: Calderón fue el individuo electo para ser presidente y no ningún otro. No hubo manipulación de cifras y Fox, por más que despreciara la posibilidad, siempre estuvo listo para entregarle su banda a López. Lo había declarado ya en múltiples foros internacionales.
Para López, el haber quedado corto por tan poco margen, fue como una “falta” que debería poder “arreglarse”. Él estaba convencido que a él le tocaba el poder en esa ocasión, que él lo había ganado. Pero no fue así, no lo había ganado, sino que simplemente perdió, por muy poco, pero perdió. La extensión de la actitud de impunidad fue estirada en la mente de López e hizo lo que hizo en Reforma y Zócalo para tratar de ver si la ley se podía “estirar” a su favor, en fin que “Sube Pelayo Sube”…
Todo, como podemos ver, está conectado. Hoy el país está hecho un embrollo y los más contentos son los priistas y López con su gente. Está sucediendo que la imagen nacional está al nivel que a ellos les habría convenido políticamente.
Algunos que lo han dicho, tuvieron razón: los mexicanos no estaban preparados para que se cuenten sus votos.