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3 de marzo.- Ted Turner se acuesta estos días a las nueve de la noche, justo después de cenar y de pasar una hora leyendo revistas políticas y ensayos sobre el medio ambiente. Eso es lo rutinario en la vida del hombre de 73 años que creó CNN e inventó, prácticamente, la televisión por cable. La variación es quién esté a su lado en la cama. Una semana al mes es la novelista Elizabeth Dewberry, a la que saca un cuarto de siglo y con la que está desde 2007. El resto del tiempo puede ser cualquiera de sus otras tres novias. A cada una le dedica siete días mensuales, en una especie de sistema de rotación afectiva que lleva empleando desde que, en 2001, le dejara su última mujer, la actriz Jane Fonda.
El amor de Ted Turner por Jane Fonda fue tan intenso que, diez años después del divorcio, el millonario y filántropo convive con cuatro mujeres al mismo tiempo para compensar la ausencia de la actriz.
El sistema tiene la desventaja de carecer de la intimidad del matrimonio, eso Turner lo reconoce. “Pero he estado casado tres veces y, con mi pasado en el béisbol [fue dueño de los Atlanta Braves], recuerdo que la primera ley del juego es que a los tres intentos estás fuera”, confiesa el reservado empresario esta semana en una reveladora entrevista para la revista The Hollywood Reporter. “Siento que mis matrimonios no funcionaran, pero es lo que hay”.
Según el antiguo presidente de CNN, Ted Johnson, Turner "todavía está enamorado de Fonda y no se consuela con la separación". En la imagen, con Elizabeth Dewberry, escritora.
Esta resignación es común en Turner desde que empezó el milenio. Virtualmente lo tiene todo. Pero históricamente ha perdido más. En 2000 fue despedido del conglomerado televisivo que él mismo había creado, Turner Broadcasting, que para entonces ya era parte de Time Warner, por desaconsejar un negocio –dejarse comprar por AOL– aparentemente provechoso.
Su propio amigo Jerry Levin, a quien él mismo había nombrado presidente, forzó su dimisión al poner a todos los accionistas en contra. Al poco, la Bolsa le dio la razón: un año después, el entramado caía en Wall Street y Turner perdía, junto a su puesto de trabajo, 8.000 de sus 10.000 millones de dólares. Meses después perdía a Fonda. Fue una sucesión traumática.
De lo primero, su hija Laura le cuenta a la revista que “echa muchísimo de menos [a la empresa]. Era su bebé. Creo que seguiría ahí si no se la hubieran liado”. De lo segundo, el antiguo presidente de la CNN, Tom Johnson, afirma que “sigue enamorado de ella. Le encantaría volver a su lado. Eran una pareja increíble. Como si hubieran encontrado en cada uno el complemento a sus propios valores. Por no hablar del sexo fantástico que tenían”.
De hecho, hoy es más fácil medir a este hombre por lo que ya no es que por cualquier otro parámetro. Anciano, encorvado y sordo a pesar de los aparatos que lleva en cada oído, tiende a hablar en pasado. De cuando, por ejemplo, fue el mayor terrateniente de Estados Unidos. Aún posee unos 8.000 kilómetros cuadrados del país, divididos en 28 propiedades (14 de ellas son ranchos en los que cría unos 50.000 bisontes, que sirve en su cadena de 16 restaurantes), hasta que en 2010 lo derrocó su colega y amigo John Malone, presidente de Liberty Media. “Dijo que estaba harto de que yo fuera el mayor terrateniente de América”, gruñe Turner en el texto. “Pero él no le dio mil millones de dólares a la ONU. Se lo puede permitir”.
Ese famoso donativo, entregado en 1997 y rechazado porque la ONU no puede aceptar dinero privado, definió al Turner que conocemos hoy. Para 1998 se le encontró salida creando la United Nations Foundation, dedicada a una de las obsesiones de Turner: la amenaza nuclear. Y desde entonces ha volcado su famosa vivacidad en la filantropía. Le apasiona el medio ambiente (“me paso el día a oscuras en mi oficina, sin dar la luz hasta que lo necesito”, confesó el pasado mayo al final de una conferencia en el Bay Aquarium de Monterey, California) y ha destinado cientos de millones a acabar con “esas malditas energías fósiles”.
Su imagen no se ha visto particularmente beneficiada por ello. En enero de 2011 tuvo que encarar pésimas críticas cuando en una entrevista a CNN pidió que el Gobierno limitara los hijos en cada familia “porque lo hace China sin, que yo sepa, acabar en lo draconiano”.
En realidad, no tiene motivos para preocuparse por su imagen pública. Quizá antes sí, cuando gozaba de credibilidad política y era amigo de Jimmy Carter y de su héroe, Mijaíl Gorbachov. Y aun entonces eso no era óbice para exhibir ciertas excentricidades de rico, como tener un cocodrilo por mascota en la universidad o subir a recoger notoriamente borracho la America’s Cup que ganó en 1977.
Pero ahora, más allá de confesarle a algunos mediossu debilidad por Barack Obama, solo habla de política en público para llamar la atención sobre el medio ambiente. En 1999 se planteó aspirar a la presidencia estadounidense, por el bando demócrata o como independiente. Hasta separó unos 75 millones para su campaña. Fonda amenazó con dejarle si lo hacía, y él obedeció. Ella le dejó de todos modos. Y propició el último capítulo de su vida.
Hoy, el mundo que antes tenía prácticamente dominado es otro. La televisión por cable no tiene la importancia que tenía antes de Internet. Rupert Murdoch, su eterno rival, sale de un escándalo para meterse en otro. Y este antiguo prócer conduce un Toyota Prius, un híbrido gasolina-eléctrico; se despierta dos horas antes de salir de la cama para ir tomando sus pastillas, y pasa los días libres planeando su funeral: ha tonteado con ideas como pedirle a Willie Nelson que actúe en él, de que sus cenizas se esparzan al estilo de los nativos americanos o de dejar que los pájaros le arranquen la piel de su cuerpo. El dato de sus cuatro novias le ha otorgado una efímera popularidad en Internet esta semana. Pero esta noche, a las nueve, estará apagando la luz de la mansión en la que se encuentre.