1944 palabras
OLIVENZA, España, 6 de marzo.- Contábamos con la emoción de nuestra parte. Estaba escrito en algún lugar. Quizá en ese mismo lugar donde hace apenas cinco meses un toro le arrancaba el ánimo, le negaba la visión de su ojo izquierdo y a punto estuvo de robarle también la vida. Ver de nuevo a Juan José Padilla pisar el ruedo nos devolvía de un porrazo la fe. Y la admiración eterna por esa capacidad de superación que no encuentra límites, narra Patricia Navarro en LA RAZÓN. Ayer veíamos a Padilla vestido de verde esperanza y oro.
Y vislumbrábamos, orgullosos, a ese héroe que respira humanidad, que agradece el aplauso, la entrega del público, y que multiplica por dos lo que recibe. Padilla volvía. Regresaba. Resucitaba. Y con él esa parte que muchos perdimos en una interminable noche del 7 de octubre en Zaragoza. Era la vuelta del torero. El regreso del héroe. El triunfo del hombre. Pasados diez minutos de la hora anunciada, se abría el portón. Salieron primero Morante y Manzanares. Y en tercer lugar, mientras la plaza crujía, se hundía, grande y pequeña a la vez, emocionada, apareció Padilla, con ese parche que le acompañará de ahora en adelante. Pocos saben lo que de verdad dejaba atrás con ese paso al frente. Gallardo. Voraz. Esa capacidad de silenciar el dolor y crecer sobre las heridas. Olivenza se entregó, como se hubiera apasionado cualquier público, y le sacaron a saludar con gritos de 'torero, torero'. Estaba ahí. Impensable. Inimaginable. Antes, roto el paseíllo, incluso previo a que esto ocurriera, se abrazó Padilla a su apoderado de toda la vida, inseparable, en lo bueno, lo malo y lo regular, Diego Robles, y a su amigo Adolfo Suárez Illana. El coso estaba a reventar. Expectante. Tardamos poco en resolver el enigma. Las dudas. Los miedos. Salió 'Trapajoso' para devolver a Padilla su lugar en la vida: torero. Lo lanceó con soltura con el capote y quitó por delantales con una media verónica sobresaliente. Y sin pensárselo mucho, como si nada hubiera ocurrido, cogió los palos. Tres pares. En la cara, asomándose al mismo balcón que le costó la gravísima cogida en el mes de octubre. De tú a tú el primero, por dentro el segundo y el tercero al violín. Brindó a sus médicos: a Valcarreres, el primero en atenderle en Zaragoza, y García Perla, quien le operó ya en Sevilla. Después, se paró el toro ante una muleta sin fisuras y se tiró a matar con la misma fe que ha obrado el milagro de volver a los ruedos.
De rodillas, con una larga en el tercio, recibió al cuarto. Pero lo mejor estaba por llegar. En el turno de banderillas dejó boquiabiertos a los tendidos y en shock a sus compañeros al invitarles a parear. Morante y Manzanares, nada menos. ¿Puede haber más arte? El de La Puebla lo bordó. En corto, por derecho, saliendo andando de la suerte. El olé se escuchó en Sevilla. Pero Manzanares no se quedó a la zaga. Aguantó al toro, clavó en la cara y se agigantó ante el derrote del Cuvillo. La guinda la puso Padilla, aunque ya nos habíamos devorado aquel pastel. Qué buen momento, toreros. Sacó el toro movilidad pero también soltó la cara. El ciclón de Jerez se había convertido en huracán. Poder en los derechazos y alegría en el repertorio: rodillas, desplantes. Padilla en Padilla. Así, sin más. A su padre, que sufrió un desvanecimiento en la primera parte del festejo, le brindó el toro. Un abrazo de los que deben doler.
Morante le dedicó su primero. Noble animal, suave embestida, caricias de Morante para entusiasmar. Prólogo de faena de los que dejan soñar y retahíla de derechazos encajados, profundos, pasándose al toro por la barriga y dejándonos deleitar. Embriagadores los remates del colofón, justo después de habernos regalado el toreo por naturales. Hasta ahí podíamos leer, ¿para qué más?
Con el deslucido quinto no perdió el tiempo. Manzanares maquilló con una expresiva estocada recibiendo la faena a un toro que nunca se llegó a entregar. Protestaba, cabeceaba... Manzanares superó a su antagonista. Impuso suavidad al trasteo en el que cerraba plaza. Se movió más el toro, pero sin rematar. Antes, Morante y Lili habían hecho un buen quite a Trujillo, que se desmonteró tras parear. A Manzanares le ovacionaron. Pero hasta él se entregó al milagro Padilla. Por la puerta grande abandonó el coso el día de su reaparición. Y henchidos de orgullo, primero Suárez Illana y después los propios toreros: Juli, Talavante, Manzanares... Le sacaron en hombros. Cambiándose. Turnándose. La emoción a estas alturas formaba parte de nuestra piel. El ciclón de Jerez se había convertido en huracán y estábamos todos presos.
Ni un alma cabía en los tendidos. Ni en el callejón. Medio escalafón no quiso perderse el acontecimiento. La parte de la historia que hace al hombre inmortal. Se ganó el triunfo, legítimo, real, y sus compañeros le homenajearon. La admiración estaba al alcance de cualquiera. Traspasaba los límites del ruedo y corría como la pólvora por los tendidos. Su amigo Suárez Illana, el primero en cogerle en hombros, después El Juli, Manzanares, Talavante, Serafín. La imagen y lo vivido, nos quedará para siempre.
La cornada.
7-X-2011
Padilla sufre una cornada muy grave en la cara en Zaragoza al banderillear. Pierde la visión del ojo izquierdo y parálisis facial.
19-X-2011
El jerezano abandona el hospital rodeado por su familia, y con la convicción de que volverá a los ruedos.
22-XI-2011
Supera una maratoniana operación de trece horas en el Virgen del Rocío para recuperar parte de la sensibilidad en el rostro.
30-XII-2011
Antes de finalizar el año, Padilla se prueba en el campo por primera vez ante varias becerras en la ganadería de Fuente Ymbro.
20-I-2012
Anuncia su regreso en Olivenza junto a Morante y Manzanares, apenas cinco meses después de su grave percance.
4-III-2012
El Ciclón de Jerez vuelve a los ruedos y sale a hombros tras cortar sendas orejas en una tarde histórica y con la plaza pacense a reventar.
Veinticuatro horas después de su victorioso retorno en Olivenza, el de Jerez, más Tornado que Ciclón, navegaba aún por las nubes: «Todavía sigue mi cuerpo envuelto en una emoción profunda. Continúo disfrutando. Obviamente, también miro el presente, que es volver a mi fisioterapia y logopedia. Y pienso en mi próximo compromiso, el día 16, en las Fallas».
—El apellido Padilla ha dado la vuelta al mundo entre laureles de épica. ¿Se siente un héroe?
—Para nada, yo no me considero un héroe. Hay personas que merecen mucha más admiración que yo, personas que han sido un apoyo fundamental.
—Usted ha impartido una lección de hombría, coraje y superación.
—Solo he hecho lo que mi corazón me dictaba. Quería transmitir seguridad a mi mujer y mis hijos. Mi obligación moral es dar lo mejor de mí a la gente que me rodea, que todos los que han velado por Padilla sientan que soy un hombre recompensado y feliz. Mi ilusión es mandar en mi destino.
—¿Alguna sombra en el resplandor del 4-M de la Fiesta?
—Fue todo maravilloso, como el cariño de mis compañeros; el único pero fue la poca colaboración de los toros. La emotividad mayor la viví con el brindis a los doctores y a mi padre; también me ayudó muchísimo la presencia de mi mujer y mi hija en el hotel, transmitiéndome confianza. A mi pequeña Paloma le entregué una de las orejas que corté, y la otra fue para mi hijo Martín, que no pudo acompañarnos a Olivenza.
—¿Brotó el miedo en su reencuentro con el patio de cuadrillas?
—El miedo siempre existe, pero yo iba muy mentalizado para esa cita. Me he preparado intensamente y, si hubiese tenido la más mínima duda, no habría toreado. Nunca faltaría al respeto a mis compañeros.
—Los toreros lo izaron en volandas, en una estampa para la historia. ¿Cómo lo recuerda ahora?
—Jamás había vivido algo así. Dios quiso que, después de tanto sufrimiento, viviese la gloria y tocase el cielo.
—La voz unánime proclamaba que, si no llevase un parche en el ojo, nadie habría «descubierto» aquel dramático percance en El Pilar.
—Si he salido al ruedo es porque me he visto preparado, y Dios ha querido que sea de forma rápida (menos de cinco meses). No quiero ocasionar ningún efecto desagradable ni de compasión en el público ni en los profesionales.
—Manifestó en ABC que con algunos toros no precisaría dos ojos, sino cuatro. ¿Hubo el domingo algún pasaje en el que sintiera esa necesidad?
—Me sentí cómodo en todo momento. Una de las veces, el toro se me coló por el izquierdo, y podía haberme pegado una voltereta, con un ojo o con dos. Y me libré. El parche no me complicó ni impidió que disfrutara de una tarde tan especial.
Tal fue el calibre del acontecimiento que su regreso ha recorrido el anillo del planeta. Los medios nacionales e internacionales ensalzaron la resurrección de un torero que ha demostrado que sí está hecho de otra pasta. «No soy ningún héroe», repetía con humildad el guerrero mientras descansaba ayer en su casa de Sanlúcar. No opina lo mismo el pueblo. Ni sus íntimos, con los que celebró de noche la gloria al compás de flamenco y torería. Ha nacido un mito: John Padilla.