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Cuando una persona que por motivos ideológicos es vegetariana arguye que comer carne de animales le supondría un gran cargo de conciencia, la respuesta del interlocutor omnívoro suele aludir a otros depredadores que serían capaces de devorar a un ser humano en pocos minutos sin el más mínimo remordimiento. Aun siendo un argumento poderoso, en esta conversación falta una pregunta esencial: ¿acaso ese depredador cría a los seres humanos en granjas con el único objetivo de sacrificarlos para su consumición en masa?
Con la vertiginosa cifra de siete mil millones de habitantes en la tierra recién alcanzada a finales del año pasado, parece un hecho que la producción de alimento en masa es la única manera de sostener esta superpoblación en constante crecimiento. No obstante, los gritos e iniciativas por un consumo responsable de productos cárnicos, más respetuoso con los animales, se oyen cada vez más.
Etiquetas para pegar en los paquetes de embutidos.
En medio de las contradicciones, una pequeña empresa alemana hace una apuesta arriesgada: para el beneficio de ambos extremos de la cadena alimenticia, lo mejor es mostrar las cosas tal y como son. Comer carne significa matar animales. Eso es un hecho inevitable – y natural. Y si a cada animal muerto se le pone un nombre y una cara… Quizás a más de uno se le atragantarían las salchichas al curry en la garganta.
“La gente come salchichas como si fueran zanahorias, sin darle la menor importancia. Yo creo que la carne merece algo más de reconocimiento que un tubérculo. Implica la muerte de un animal” recuerda el estudiante y fundador del proyecto ‘Meine Kleine Farm" (“mi pequeña granja”), Dennis Buchmann. “No quiero decir con esto que comer carne sea algo malo. Pero mostrar así el producto puede ser un paso hacia la solución de este problema.”
Dennis Buchmann estudia en la Escuela de Gobernancia Humboldt-Viadrina, y presentó el proyecto de “Meine Kleine Farm” como parte de sus tareas curriculares obligatorias. Partiendo de la idea de hacer algo para combatir el problema de la cría de animales en masa, decidió crear una granja cerca de Postdam para la cría sostenible de cerdos y la venta de productos porcinos (jamón, paté, salchichas y carne en gelatina), en la que los consumidores pudiesen conocer a los animales sacrificados.
Y al contrario de lo que se pudiera pensar, el proyecto está gozando de un tremendo éxito: los pedidos llegan hasta de Moscú, y los productos de la granja se agotan cada vez más rápido. A pesar de eso, por el momento, no deja de ser un proyecto estudiantil, aunque Buchmann no duda en expresar su deseo de seguir adelante con la empresa una vez que acabe sus estudios.
Los clientes pueden acudir a la misma granja y familiarizarse con los cerdos personalmente, o pueden observar su crecimiento y desarrollo por Internet, viéndolos en fotos y enterándose de sus anécdotas, experiencias o enfermedades. Con todo esto en mente, cada uno es libre de elegir qué cerdo le gustaría consumir. La carne le llega con una foto identificativa del animal que fue sacrificado para proveer su sustento.
“Mañana le toca el turno al cerdo número tres”, señala Buchmann. Ante la pregunta de si le apena matar a los cerdos que él mismo cría de forma tan íntima, su respuesta es firme: "Disfrutan de una vida envidiable. Pueden correr por el campo, excavar en el suelo y estar con otros de su especie. Y su muerte sólo dura unos segundos", asegura.
Y es que aunque a muchos les cause un cierto espanto el hecho de matar a esas criaturas con las que se convive de forma pacífica e idílica cada día, Buchmann no olvida que se trata del ciclo natural de las cosas. Aunque en la sociedad actual mucha gente prefiera apartar los ojos.