881 palabras
BAGDAD, Irak.- Con una ceremonia de bajo perfil, pero cargada de simbolismo, Estados Unidos dio ayer por concluida la guerra en Irak al arriar la bandera de las barras y estrellas en Bagdad. El secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, fue el encargado de poner punto final oficial a una contienda que inició el ex presidente George W. Bush hace casi nueve años para derrocar al dictador Saddam Hussein, y que concluye con un saldo desolador: 100,000 irakíes y 4500 soldados estadounidenses muertos en el conflicto.
"Ustedes se retiran con gran orgullo, seguros de saber que el sacrificio ha ayudado al pueblo irakí a iniciar un nuevo capítulo de su historia; después de mucha sangre derramada por iraquíes y estadounidenses, la misión de lograr un Irak que pueda gobernarse a sí mismo se ha vuelto real", dijo Panetta a los soldados en el acto celebrado en el aeropuerto de la capital iraquí.
Marines a bordo de un avión regresan a EE. UU. (Shannon Stapleton/Reuters)
Sin desfiles militares ni expresiones pretenciosas, como aquella "misión cumplida" pronunciada por Bush apenas fue tomada Bagdad en 2003, la ceremonia transcurrió de forma discreta, detrás de los muros de un complejo fortificado en el aeropuerto. Ningún dirigente irakí estuvo presente para ver cómo los últimos marines arriaban la bandera norteamericana.
"Es un acontecimiento histórico, pues hace ocho años, ocho meses y 26 días, como comandante adjunto, di la orden a los efectivos avanzados de la Tercera División de que cruzaran la frontera", dijo el general Lloyd Austin, responsable máximo de las fuerzas norteamericanas en Irak y jefe del Estado Mayor adjunto.
Además de rendir homenaje a los soldados norteamericanos, Panetta y el general Austin expresaron su esperanza de que las fuerzas irakíes -unos 900,000 hombres entrenados por el Pentágono- puedan enfrentar los peligros que aún amenazan a Irak. El último contingente norteamericano dejará el país el 31 de diciembre.
De ese modo, con breves palabras institucionales y un fuerte dispositivo de seguridad debido a la violencia todavía persistente en el país, la Casa Blanca bajó el telón de una guerra que causó la muerte a más de 100,000 irakíes y heridas de diversa consideración a decenas de miles. En el lado norteamericano, del millón y medio de efectivos militares desplegados en los casi nueve años de guerra, 4500 soldados perdieron la vida y 32,000 regresaron heridos a su país. El conflicto bélico tuvo un costo económico estratosférico: más de 800,000 millones de dólares gastó el Tesoro norteamericano, lo que desbarató el equilibrio fiscal del país.
La guerra, apoyada en principio por la mayoría de los norteamericanos, terminó convirtiéndose en un lastre para la Casa Blanca, con una opinión pública cada vez más reacia a prolongar el despliegue de las tropas en Irak, según las encuestas. Ese malestar social llevó al presidente Barack Obama a situar como una de sus prioridades el fin de la guerra. Tanto la ceremonia de anteayer en la base militar de Fort Bragg, en Carolina del Norte, presidida por Obama, como el punto final oficial de ayer en Bagdad, le permiten al mandatario cumplir una de sus principales promesas electorales.
Si bien Obama y Panetta insistieron en sus respectivos actos en que el Irak de hoy es un país mucho mejor que el de Saddam Hussein, la violencia no ha desaparecido ni mucho menos de la vida diaria de los iraquíes. Aunque a partir de 2007 el Pentágono logró cambiar el rumbo de una guerra que hasta entonces iba perdiendo, los ataques con bombas y los tiroteos siguen siendo moneda corriente en el país. Y los expertos y diplomáticos no ocultan sus dudas sobre la capacidad de las fuerzas de seguridad iraquíes para defender la nación de amenazas extranjeras.
El alivio de una parte de la sociedad por el fin del régimen de Saddam, que fue ahorcado el 31 de diciembre de 2006, se vio empañado por una guerra larga y enconada. Washington justificó la invasión ante la opinión pública por las armas de destrucción masiva que, supuestamente, almacenaba el dictador irakí, imputaciones que nunca fueron probadas. La continua presencia militar norteamericana en el país estuvo a punto de precipitar a Irak hacia una guerra civil sectaria entres chiitas y sunnitas.
"Con esta retirada, los norteamericanos dejan atrás un país destruido", se lamentó Mariam Jazim, una mujer chiita de la capital irakí cuyo padre murió por un disparo de mortero. "Los estadounidenses no dejaron escuelas modernas ni grandes fábricas. Dejaron en cambio miles de viudas y huérfanos", subrayó Jazim.
Para el legislador irakí Amir al-Kinami, miembro de la coalición política leal al clérigo radical Moqtada al-Sadr, "la ceremonia representa el fracaso de la ocupación debido a la gran resistencia del pueblo".