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Bernard-Henri Lévy (BHL) es un filósofo que ha sido determinante en la intervención francesa en Libia. No sólo en el plano teórico, sino en el plano eminentemente práctico. Nos caerá más o menos mal, pero no se le puede negar al filósofo mediático su poder de persuasión. Sarkozy lo ha escuchado y obedecido como si de un oráculo se tratara. Tal vez, el filósofo intervencionista se ha excedido en su papel. Sin embargo, ha desmentido un tópico: que el filósofo habita en las nubes, lejos de todo y de todos, reconcentrado en sus disquisiciones, atormentado entre el ser y la apariencia o entre el ser y la nada. El origen de su decisión está en una imagen que le sublevó: los aviones de Gadafi ametrallando desde el aire a miles de manifestantes. Gadafi refiriéndose a ellos como ratas. BHL toma partido, y lo hace poniéndose manos a la obra, no sólo desde la teoría o los artículos de opinión vertidos en la prensa. De hecho, se ha convertido en el mensajero entre Francia y Libia, ha aconsejado a los rebeldes, ha participado de manera muy activa en la elaboración de estrategias, ha redactado los discursos de los opositores al régimen de Gadafi. De algún modo, BHL ha querido demostrar, más allá de que tenga o no razón, que el intelectual puede ser algo, mucho más, que una mera figura decorativa, un sujeto que sienta cátedra desde su despacho o desde algún editorial de un gran periódico.
En Bengasi, Libia, el 15 de septiembre, Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, y Mahmoud Jibril (en ese entonces primer ministro de Libia), caminan delante del persuasivo Bernard-Henri Levy (en el círculo) y David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña).
De algún modo, BHL ha pretendido desmentir ese tópico y, aprovechando su natural metomentodo, se ha erigido como ese intelectual comprometido, no desde el papel sino sobre el terreno. Con su verborrea seductora ha acabado convenciendo a Sarkozy. Todos sabemos que BHL ostenta un ego descomunal y a ratos algo repelente. De hecho, en unas declaraciones suyas admite que, de alguna manera, él quería demostrar que los intelectuales sí que sirven para algo, que pueden ser muy pragmáticos. No es ninguna novedad. La historia está muy poblada de intelectuales que actúan e influyen en las decisiones políticas. También es verdad, por otro lado, que BHL ha idealizado a los rebeldes. Todos hemos visto el linchamiento al que fue sometido Gadafi, la humillación sangrienta de un tipo, es verdad, despreciable que murió como una bestia a manos de otras bestias. Sin duda, el ego de BHL, habrá ganado peso y volumen con esa victoria, tras haber comprobado que su poder de seducción ha cautivado a Sarkozy. No es extraño, pues ha matado dos pájaros de un tiro: ha conservado su papel de intelectual- aunque no tanto de filósofo- y también ha actuado en la Historia, influyendo de manera determinante en el papel de Francia. Voracidad de BHL que ha hecho de su hiperactividad una forma de negar el papel pasivo de muchos intelectuales. Nos caerá más o menos mal, pero hay que valorar su desparpajo. Eso sí, no contra el poder sino apegado a él. Como si Sarkozy tuviera sobre su hombro, en lugar de un loro al modo de los piratas, un intelectual coñazo (machacón) que le está soplando a la oreja lo que debe hacer.
Dejando de lado su evidente deseo de figurar como estrella de la intelectualidad y de defender su papel de filósofo chic, BHL está orgulloso de pertenecer a una estirpe de filósofos que fueron consejeros políticos. Desde Platón a Tomás Moro, pasando por Leibniz hasta Malraux. Porque, modestia muy aparte, él cree formar parte de esta alineación de lujo. Casi nada, hermano. Ansias de poder y de demostrar al mundo entero su capacidad de persuasión. A la pregunta de si ha traspasado la línea roja, él dice que puede ser, pero que es lo que ha hecho durante toda su vida, excepto que en esta ocasión ha funcionado. Es decir, Francia intervino en Libia y el sátrapa fue fulminado. Ahí está el filósofo de las cosas concretas y no de las hipótesis. Entre la potencia y el acto, siguiendo la estela aristotélica, BHL apuesta por el acto. Nos caerá más o menos mal y pondremos en duda su decisión, pero no le podremos negar su influencia en las altas esferas, como suele decirse. Ahora bien, siguiendo con esta lógica, también habría que intervenir en Siria. Porque BHL ha dado una imagen sesgada de los rebeldes, atribuyéndoles unas características casi angelicales. Y de eso, como hemos comprobado, nada de nada. Estos rebeldes han cometido ejecuciones practicando el mismo estilo que su odiado Gadafi.
BHL, el superintelectual, ha sido más eficaz y resolutivo que los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores. Para que luego digan que un ¿filósofo?-aunque sea barato- no sirve para nada. (Por J. VIDAL VALICOURT)