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Durante mucho tiempo hemos sido rehenes de nuestra propia cultura. Nacemos y recibimos instrucciones acerca de aquello que debemos considerar bueno, contrastado con aquello que debemos considerar malo o indeseable. ¿Son válidos esos parámetros que nos entregan cuando nacemos?
Desde que nacemos solo podemos obedecer. ¿En qué momento de nuestras vidas podemos protestar contra eso que nos ordenan obedecer? ¿Nos enseñan que es posible protestar? ¿Nos autorizan a disentir? Realmente, no. Y eso es triste, además de grave en contra de nosotros mismos.
Toda sociedad se forma conforme quienes son parte de ella, aprenden qué es conveniente y qué no para progresar o presentar condiciones que permitan bienestar para óptimas cantidades de individuos. Hoy no está sucediendo eso. Estamos en una especie de trampa que puede convertirse en nuestro verdugo definitivo.
En Estados Unidos de América se vive una mentira tras otra. Estamos hablando de ese mismo país en que decirle a alguien que es mentiroso, se convierte en agravio de máximas proporciones. Y sin embargo, en forma casi global, viven una gran mentira: esa desproporcionada falsedad con respecto a qué es saludable y qué no para alimentarse.
Ese país presenta, de todo país de nuestro mundo, entre países ricos, vergonzosa situación de falta de protección a cada individuo con respecto a su salud. Enfermedades como cáncer, infartos y otros azotes de cada día, pueden llegar a destruir fortunas enteras —o elevar costos existenciales a niveles insoportables. ¿Qué solución hay? ¡Ninguna! Siguen viviendo de acuerdo a falsedades.
Nutrición: máxima falsedad oficial, sostenida cada día por gobierno y autoridades respectivas, provoca sufrimiento, destrucción y muerte de personas y sus familias. ¡Esconden estudios que prueban equivocaciones! ¡Sostienen día a día mentiras sobre nutrición, alimentos, enfermedades! Y siguen haciéndolo, sin tregua. Mienten sobre sus mentiras; mienten para sostener falsedades que alguien, ayer, se entercó en imponer.
No solo políticos principalmente mienten, sino académicos y gente con doctorado. Estamos hablando de taciturnos portadores de batas blancas, con títulos universitarios de elevados costos. Estamos hablando de eminencias que mantienen mentiras en forma sostenida, no se retractan, a pesar de que ven, cada día, que sus argumentos sobre alimentos son ya insostenibles.
Industria tras industria de medicamentos, de instrumentos de hospital, de hospitales, de alimentación, viven, se sostienen, sobre bases falsas mantenidas en visiones inyectadas masivamente a cada individuo. Pasan años, lustros, décadas y en forma idéntica, se sostienen mentiras solo porque personajes de niveles académicos altos argumentan a favor de falsedades.
Surgen por allí, en forma inesperada, voces solitarias que encuentran realidades que no pueden callar. Entonces, hablan: se les calla, o se les intenta callar. Pero logran trascender obstáculos —a pesar de quedar solos— y gracias a ellos se puede conocer de qué tamaño es este problema.
Mientan cuando afirman que:
Así, cada leyenda sostenida por décadas, va cayendo cuando estudios monumentales —intachables en metodología, procesos y, consecuentemente, resultados— demuestran que eso predicado bajo pretendidos halos de solemnidad “ciéntifica” oficial, ¡es falso, de toda falsedad! Y no estamos hablando de sugerencias, sino de instrucciones oficiales en nutrición totalmente contradichas por estudios dolosamente ignorados.
Si se tratara de mentiras no intencionales, podrían existir circunstancias atenuantes. Pero no es así: se trata de mentiras intencionales, falsedades publicadas conociendo que eran totalmente insostenibles.
¿Cuánto tiempo debe pasar o es factible perdonar entre que se conoce oficialmente una realidad y esta se hace pública? Hoy, en tanto escribo yo esto o tú lo lees, hay personas que en forma inocente están comiendo algo que provocará que pronto estén hospitalizados. Cánceres, ataques de corazón y otras calamidades les sucederán, cosas que pudieron haber sido totalmente evitadas.
¿Por qué algo que puede evitarse se deja fluir en vez de provocar un alto instantáneo? ¿Están planeando alguna solución?
En tanto no se estén dando respuestas o atención a esta desagradable situación, no podemos hablar de algo diferente a engaño criminal.
Todo indica que nuestra especie ha escogido comida práctica, pero no saludable. Estamos hablando de 10 mil años; durante este tiempo hemos desarrollado tecnologías agrícolas que han permitido gruesos volúmenes de producción de comida. Allí mismo está eso que nos perjudica hoy: pudimos producir mucho alimento, pero alteramos hábitos y descompusimos calidad de vida. Hoy en todas partes vemos hospitales llenos de personas que se enferman sin razón aparente.
¿De verdad, sin razón? ¡No! Hoy ya sabemos por qué se enferman, por qué desarrollan cánceres, por qué sus corazones dejan de latir, por qué sus arterias se obstruyen. Hoy sabemos con gran certeza cómo se correlacionan esas enfermedades con lo que se come. Alguien alguna vez dijo que cada quien es lo que cada quien come. Hoy eso ha quedado comprobado. En China, durante casi 20 años, se realizó una investigación y esta muestra correlaciones contundentes e indiscutibles entre cánceres, infartos y demás similares y aquello que se consume.