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Y China ha logrado que su producto interno bruto sea ya superior al de Japón. Como esto acaba de suceder, podemos decir que hoy, el PIB de China y el de Japón, son iguales. Nada más que… China tiene una población de 1300 millones y Japón de 128 millones. Per cápita, cada japonés es 10 veces más rico que cada chino.
Estamos hablando de la situación en agosto de 2010. Para que China llegara a este nivel de PIB tuvo que pasar una revolución cultural y una revisión o reforma, término, este último, odiado por los ideólogos de línea dura de la izquierda intelectual.
Los chinos hicieron exactamente lo contrario de lo que la Cuba de Castro promueve que se haga todos los días. El crecimiento de la economía china es un fenómeno que sólo pudo haberse dado rompiendo todos los cánones del sistema socialista o comunista. Los ideólogos chinos dicen que esa ideología, la comunista, es la más pura y que el tiempo vendrá en que se podrá aplicar. Pero para que esos tiempos lleguen con facilidad, es necesario, primero, crear riqueza. “Primero los pobres” no fue, jamás, un moto político en China en esta “era” de crecimiento galopante.
Y eso es lo que han hecho. En tanto, en México, nos pasamos varios meses viendo el “show” televisivo de los miembros de un sindicato que, por definición, ya no debería existir, dado que la empresa a la cual los trabajadores vendieron su fuerza de trabajo, ya no existe: se ha extinguido legalmente.
Alemania ha sido un país de gran gusto cervecero. Los chinos usaron durante su historia decenas de diseños textiles y de ropa. Los japoneses visten dentro de sus casas prendas que alguna vez también portaron afuera de sus hogares. ¿Vemos en algún mercado de México productos de la cultura japonesa típica, kimonos o algo así? ¿Vemos productos chinos culturales vendiéndose en los changarros probablemente ilegales que están por todo México? ¿Vemos cerveza alemana en cada rincón de México?
No vemos esos productos “típicos” chinos o japoneses porque esos países de economías gigantescas no buscaron vender en el mundo sus productos “típicos”, sino fabricar eficientemente los mismos productos que demandan los países que ahora son sus clientes. México es un cliente de China porque le compra productos demandados en México; y en este país compramos esos productos porque nos los venden a buen precio y cada día con mejor calidad.
Los Chinos no están tratando de colocar en los países del mundo productos emanados de la “cultura china”, sino productos demandados por los países a los cuales los dirigen. ¿Les gustan a los egipcios e hindús productos que parecen de oro? ¡Vamos a venderles la mejor “fantasía” y al mejor precio, entonces! ¿Eran esos productos algo que los chinos tenían muy integrado a su cultura ancestral? ¡Eso es irrelevante! Lo que importa es ofrecer lo que tiene demanda.
Comparemos eso con los productos Ibónica, un nuevo esfuerzo por abrir mercados desde Yucatán. ¿A quién le interesa el producto típico yucateco con un cierto diseño nuevo? No hay duda: debe haber algunos consumidores totalmente atípicos a los cuales esos productos les serán atractivos. Pero ésa no es la forma de entrar a los mercados masivos internacionales. Si queremos ser exitosos, produzcamos lo que demandan en Guatemala, pero a mejor precio, en grandes cantidades y con buena calidad. Veamos qué compran en Singapur y pongamos fábricas para enviarles toneladas de esos productos que allá demandan al mejor precio que podamos producirlos. ¿Qué les gusta a los japoneses? Estudiémoslo y produzcámoslo con eficiencia y el mercado será nuestro.
Pero, ¿de verdad siguen pensando que tratando de imponer el uso de la guayabera en forma universal nos convertiremos en una región con gran potencia económica? ¡Nada qué ver! Si la prenda que llamamos guayabera llegara a tener una gran aceptación mundial, nos encontraríamos con miles de centros de producción capaces de producir guayaberas con más eficiencia, a menor costo y con mejor calidad de lo que aquí podemos hacerlo. Por lo tanto, no se trata de generar nuevos productos para convencer a los demás de usarlos, sino de producir con gran eficiencia aquello que el mundo está demandando.
Nuestro mundo hoy es una aldea global. Los intelectuales se quejan de la globalización en vez de convertir el concepto en la clave para hacer crecer las economías locales. Una región que no participa con lo que produce en el mercado mundial, está, lógicamente, fuera de la jugada. No tendrá nada para ofrecer al mundo y, por lo tanto, no tendrá divisas o dinero internacional para comprar lo que necesite o desee.
No estamos implicando que sea “fácil”. Aún produciendo lo que demandan en otros lugares, vamos a tener grandes dificultades para colocar nuestros productos. Será más factible tener éxito en la medida en que:
Un país que desea alcanzar metas de alta competitividad mundial debe concentrarse en hacer que su población adopte la afición de ser productiva y no la actitud de demandar privilegios y favores “políticos”.