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Se le llama moralismo a esa actitud de pretender dictar lo que es bueno y lo que es malo. La palabra “moral” viene de la palabra “costumbre”. Es moral, pues, lo que se “acostumbra”.
La realidad es que todo cambia todos los días. De hecho, si las cosas no cambian, se estanca todo, incluso la vida. La vida misma es movimiento, es cambio, es involución y evolución. La vida es el resultado de que nada está quieto.
Los humanos hemos modificado nuestra manera de ver las cosas a lo largo de los siglos de existir. Además, no vemos las mismas cosas de igual manera según el lugar en donde estemos asentados. En diferentes puntos del planeta se asentaron diferentes grupos de humanos. En cada punto surgió una apariencia física y una manera propia de ver las cosas. Las diferencias son producto de muchos factores. Lo cierto al caso es que existen.
Hoy hemos definido una diferencia con ayer. Probablemente no haya momento alguno o sociedad alguna en la que no se haya dado la homosexualidad o el lesbianismo. La especulación nos podría llevar a muchas formas imaginables del problema. En algunos lugares, los hombres libremente se entretenían, los que así querían, entre sí, muy aparte de tener a su pareja del otro sexo. Las mujeres habrán sentido momentos en que les fue natural acariciarse. La relación entre madres y padres quizás no fue en todos lados lo radical y tajante que es en occidente.
Entonces, pues, la cultura nueva de occidente debe diseñar una nueva manera de tratar el asunto. Durante siglos los hombre y mujeres que no se sintieron a gusto con seres amados sexualmente del otro género, fueron ostracizados. Las preferencias para procurarse placer sexual con iguales de sexo sólo podían buscarse y practicarse muy en secreto, muy en privado. Había una sanción moral —violaba las “buenas costumbres”— y una sanción legal o institucional, dado el caso. El castigo podía haber sido desde el ostracismo hasta el encierro, los azotes o la muerte en la hoguera.
El catecismo de la Iglesia Católica Romana establece que las relaciones entre personas del mismo sexo constituyen faltas graves: son “pecados mortales”. Otras religiones sólo califican los actos como de mal gusto y tratan a los que optan por esa “preferencia sexual” como si se tratara de casos patológicos, posiblemente curables con tratamientos o medicamentos adecuados. La mayoría de las religiones no tolera el escándalo, o sea, el conocimiento generalizado de la actividad homosexual de individuos.
El concepto de libertad se ha perfeccionado con el paso de los años. La humanidad ha tenido buenos avances hacia una definición aceptada por la gran mayoría de naciones e individuos con respecto al alcance de la libertad personal. Y este avance parece haber llegado a un punto en que será aceptado todo aquello que no interfiera en la libertad de los demás.
Hoy es inaceptable cualquier forma de discriminación de una persona por sus “preferencias sexuales”. La homosexualidad es una “preferencia sexual”, lo mismo que el lesbianismo. Por lo tanto, la libertad de tener esa preferencia y de organizar la vida personal en torno a ella, ya entra en el ámbito de esa libertad que no interfiere con la libertad de los demás.
De allí que cualquier prohibición generalizada para coartar esa libertad de “preferencia sexual” ya no pueda ser considerada respetable. La tendencia es a respetar lo que hoy se considera más importante: la libertad del individuo. Y el límite de esa libertad llega exactamente al punto en el que interfiere con la libertad de los demás.
Es lamentable que un jerarca de la Iglesia Católica Romana de México se haya pronunciado en el sentido que lo hizo al hablar de la decisión de la Suprema Corte con respecto a considerar válidos los matrimonio gay que se celebren en el Distrito Federal. “¿Le gustaría a usted haber sido adoptado por un maricón o una lesbiana?”, le preguntó el jerarca de elevada investidura al reportero.
¿Nos gustaría? La respuesta realmente sincera a este tema sólo puede provenir de personas que hayan sido educadas en un ambiente de respeto y libertad. Una respuesta saludable podría ser aquella que declare que “cualquier niño o niña que se sienta sinceramente amado, amará a esos seres que se ocupen de él o ella, los llame como los llame”.
Para ahondar en este análisis diremos que la figura de “papá y mamá”, que parece encajar perfectamente con lo que nos presenta la biología humana —un macho se aparea con una hembra y del acto nacen niños— no es algo que en forma “natural” se haya arrastrado durante los años que nuestra especie existe. Nadie debe enojarse por este detalle, pero, existen evidencias que apuntan a que los primeros grupos humanos no estaban organizados en torno a la familia, sino en torno al grupo y las necesidades del mismo. En una situación así, las crías verían tanto a las mujeres como a los hombres como sus potenciales progenitores. Debe haber sido totalmente irrelevante el conocer con exactitud quién habría sido el par que actuó para la existencia de otro.
En ese ambiente la pregunta del jerarca católico al reportero habría estado totalmente fuera de contexto, habría sido inútil.
Si no somos capaces de captar y aceptar la relatividad de nuestras costumbres, leyes, mandatos, creencias y demás, acabamos ahogándonos en nuestras incertidumbres porque miles de problemas que surgen, sencillamente no pueden ser solucionados a la luz de lo que hoy vemos como lo válido.
Nuestra visión de hoy es mucho más amplia, en todos los aspectos de la vida y la muerte, de lo que fue cuando se gestaron atavismos de los que aún pretendemos colgarnos cuando algo que cambia irremediablemente, pretendemos detenerlo. Estamos progresivamente sentando las bases para un mundo diferente que está en proceso de nacimiento hoy mismo.
Personalmente no debemos olvidar que, a final de cuentas, sólo sobreviven los que se adaptan a las condiciones cambiantes. El resto sucumbe sin dejar rastro.